CALIMA’RT 2022
Proyecto comisariado por Deva Sand en el Centro Calima
Los tiempos (vivos) del arte
Texto de Álvaro de los Ángeles
«¿Por qué no puedo escribir algo que resucite a los muertos?»
—Patti Smith Éramos unos niños
El arte procede por tiempos. A un tiempo de acción le sigue uno de reflexión; a este, uno de exposición y, más tarde, otro de análisis más extenso y colectivo. No siempre se mantienen en este orden, sin embargo, porque la verdadera naturaleza del arte no es cumplir órdenes, sino alterar conciencias.
Al observar el conjunto de obras que conforman el «territorio de los sentidos» de este VII Festival Calima’RT, la percepción es que el arte, si no resucita a los muertos, al menos sí reivindica la existencia de los vivos. En cada caso, la vitalidad se resuelve con una fórmula distinta. Las fotografías de Tana Capó, realizadas exprofeso, parecen emular un mundo perdido, un paisaje poblado de hojas y ramas cuyos tonos cálidos en reposo —una inversión cromática que recuerda el negativo de la película a color— quisieran vetar el paso y la mirada. El fondo también es forma; y las imágenes destilan un aire onírico, como un recuerdo que se completara con datos extra-fotográficos. Nuria Ferriol, por su parte, fija su mirada y su gesto dibujado en un fragmento: un tronco, tal vez, que adquiere el volumen corpóreo de un ente de respiración lenta, apenas perceptible. Sus obras se nutren de este tipo de organismos vivos (árboles, ramas, senderos, pelos que difuminan su condición animal o vegetal) retratados con la sencillez de una mirada directa, sin artificios ni dobleces. Con ella, el dibujo adquiere cada vez la pulsión estructural que le define en cuanto técnica: base de toda práctica artística y resultado esencial de cualquier motivo o pensamiento profundo.
Los foto-collages y esculturas de Elio Rodríguez entremezclan lo orgánico con lo onírico. La Estatua de la Libertad envuelta con tentáculos dorados, como fabricados con tela, posee varias lecturas. La Libertad guiando al pueblo parece asfixiarse por los brazos dorados que, de igual manera, puesto que tienen el mismo color que la llama detenida de su pebetero, podría estar siendo consumida por el fuego. En una escultura predomina igualmente el empleo simbólico de las formas vegetales confeccionadas como peluches abstractos, a medio camino entre lo conocido de su material y lo «por descubrir» de sus composiciones. La perfilación de elementos orgánicos entronca plenamente con las esculturas de Rosalía Banet. Por ejemplo, un corazón policromado emula los órganos médicos que sirven de aprendizaje: tamaño, color, formas… pero aquí se sirve en un plato que incluye la frase «Corazón de Enamorado» en su borde. En otras obras, lo orgánico —también construido y policromado— toma forma de un postre o un dulce servidos en copas metálicas; un dibujo recrea un mapa como si fuera un cuerpo venoso, completando el puzle sinestésico entre el amor y su alimento. Elena Pastor toma conciencia de su cuerpo y, al hacerlo, reflexiona sobre los cánones de belleza, sobre los estereotipos de conducta, sobre los sueños infantiles donde el juego simbólico tiene, en algunos casos, muy poco de símbolo y mucho de signo. La acción La gallinita ciega dispone de una partitura a modo de instrucciones; el vídeo y las fotografías que registran la performance muestran a la artista desnuda, con una venda negra en los ojos, en un parque infantil que desconoce. En sus gestos aturdidos se percibe una sensación de habitar en la intemperie; la soledad frente a una adversidad que no parece tal, pero que las imágenes corroboran.
Por último, Sergio Barrera nos coloca en un lugar donde el arte es ubicuo. Al mismo tiempo, es pintura e imagen de sí misma; prefacio y conclusión; ojo y mano. Una decena de franjas de pintura arrastrada convergen en la parte central del lienzo vertical; forman una grieta oscura y confirman que la suma de capas deriva en una espesura negra, adonde asomarse continuamente es tan necesario como arriesgado. A lo largo de los años, sus pinturas han proclamado el gesto y el grito; los colores y su silencio; la mirada hacia el horizonte mostrado y hacia la mano que lo pinta. Un final que es principio.
Las intervenciones se distribuyen por el espacio del Centro Calima organizadas por sentidos (cinco más uno). A las obras físicas ya descritas, más duraderas, cabe incluir cuatro acciones que reclaman una presencia que no puede demorarse, que exige «una atención encandilada». La cantante Cristina Blasco y la actriz Begoña Tena actúan durante un tiempo que es vida escapándose entre los dedos; Pepín Zurriaga, con el gusto, aporta su visión gastronómica del arte. El sexto sentido lo expone Beatriz Sánchez a través de una búsqueda más allá de lo esperable: instalación y ritual chamánico nos recuerdan el afilado precipicio que se extiende entre ser, estar y desvanecerse.
Álvaro de los Ángeles
La risa madre
Texto de María Tomás
Estábamos las dos solas, en pleno ascenso, y llegamos al mismo punto. Nos detuvimos, flotando, en la parada reglamentaria de un minuto, a unos doce metros de profundidad antes de salir a la superficie.
Nos cogimos, las dos, al calabre que sujetaba el ancla, que prende la nave en algún punto del sendero submarino del corredor mediterráneo, que habíamos inspeccionado en aquella inmersión de pleno verano.
Bajo el mar, los sentidos agudizan su ingenio, ya saben, el útero del mundo en suspensión.
Regulador en boca, aleteando, cuando la respiración interior se hace milagro por su poderosa presencia sonora, lo que prima es el movimiento y la vista, el gesto de la mirada, que habla con los ojos acuáticos. Nos entró la risa madre: más oxígeno.
El territorio del peligro lo habíamos estudiado sobre el papel: las temibles burbujas silentes capaces de atravesar vasos, venas, arterias… Detenidas, un gesto en el camino. Tudo bem? Tudo bom.
En el interior de los minutos, súbitamente, un rayo atravesó el azul, y las burbujas de oxígeno que desprendíamos nosotras mismas nos rodearon luminosas. Quedamos envueltas entonces en un cálido abrazo emergente, embelesadas. El corazón nos corría como loco. Sí. Alumbradas por la claridad, fortalecidas por el fulgor, la refulgencia fosforecía en el destello, el resplandor que nos hacía escapar, una vez más, al poder tenebroso de las sombras y, eso sí, en presencia del silencio, que es cuando se manifiesta el espíritu. Porque toda obra de arte puede ser considerada una inspiración de lo superior, reflejada en elementos perceptibles por los sentidos. No hay arte sin ser humano, pero tampoco ser humano sin arte. El instrumento clave para el conocimiento, especialmente, de las realidades ocultas.
Todo esto es un cuento que les cuento porque ocurrió el verano en que Deva Sand alumbraba Calima’RT, el festival de arte contemporáneo que candelea las noches de la Peña Roja de Gilet, desde donde todavía se ve el mar, ahora, hoy, aquí, en la casa de la flor en la montaña, como diría el navegante. Todo un certamen de los sentidos consentidos. El universo, sus partículas y particularidades, separando el grano de la paja.
La alimentación y sus consecuencias; los miedos y las limitaciones; la brecha que fusiona todas las posibilidades del multiverso; la alta costura y la libertad; lo orgánico del tacto; las ambrosías del alma; los árboles y el carbón; la huella y el cuerpo; las arcillas de la memoria; el palpitar de las papilas; la transformación y el círculo; los laberintos del deseo; la armonía de la voz; la vibración; el campo de tomatese y el campo de la conciencia, el melonar y la atención; la revelación y el momento epifánico, macrocosmos-microcosmos, y las frecuencias que viajan entre ambos universos cuando el canto es entre todos. Como diría un amigo, un estado de posibilidades. Así pues:
Conciudadanos/as de todas las edades. La delegación presencial de esta convocatoria anual, a la edad nada desdeñable de los siete años, se complace en romper el cerrojo de la rutina cotidiana de lo urbano y moderno para que, dado que es ¿viernes?, en el ensamble entre naturaleza humana, divina, hermana y prima, se conforme la llave que nos permita sentir bien. Pensar bien y escuchar mejor. Un homenaje a la gran diosa de las praderas, a todas las niñas y demás gente montaraz. A las personas vagabundas, a las magas, a las reinas y las escuderas, las jardineras, las trovadoras y las ondinas. A las salvajes. A las silvestres y asilvestradas… al doctor Livingstone, supongo, a las poetas ocultas, a las iraníes, y a Joséphine Baker. Porque esto es la risa madre de la experiencia, un barniz cultural para la madera de esta nave que sigue en popada con el viento. Benvindas.
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